martes, 22 de febrero de 2011

sigo en cabo verde


No sé qué responder a esos pocos que de verdad se interesan en saber qué tal.
Se oye hablar del sindrome post-vacacional, algunos se alegran de verte de vuelta, otros disfrutan viendo las caras melancólicas que no les harán morir de envidia al menos esta semana, los de más acá rehuyen ponerse cerca, bien para evitar comparaciones ante su no-moreno, o bien para no explotar de rabia ante una palabra más sobre el monotema; y los que seguimos allí vestimos de nô stress arrastrando una sonrisa que incluso logra eclipsar el mar que aguarda tras los ojos.
Yo me río, quizá por no llorar, quizá consciente de mi fortuna, quién sabe. La única sensación más tangible que puedo explicar es que duele. Igual que cuando te decían de pequeño que era porque estabas creciendo. Es algo que notas continuo, sordo, molesto, pero que a la vez te hace sentir orgulloso y con ganas de todo.
Te sientes diminuto, al fin y al cabo, cuán grande es el mundo, pero a la vez crees que puedes hacerte poco a poco gigante, alimentándote de experiencias, aprendiendo a dar sin esperar lo que venga a cambio, rompiéndote los esquemas al descubrir que era cierto aquello de que, si quieres, dos más dos pueden ser cinco.
Lloraré contenta, ahora que parece que el tictac ha dejado de avergonzarse de hacerlo en público, al recordar cada momento, sin diferenciar entre los de las grandes o las pequeñas cosas, pues son todos dignos de ser echados de menos. Y a vosotros, a ellos, a nosotros.

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